lunes, 9 de marzo de 2009

La caducidad del ´copyright´ alarma a los pioneros del rock

Un fantasma recorre Europa: el fin de la protección editorial para un número ingente de grabaciones clásicas del rock y el pop, que pasarán pronto al dominio público a menos que se modifique el marco legal de referencia, definido por la Unión Europea. Los derechos de intérpretes y ejecutantes caducan a los 50 años, lo cual, actualmente, sitúa el corte temporal en 1959, año en que el continente vivía los albores del rock and roll y la era pop.
Cliff Richard lleva tiempo erigiéndose en portavoz de los damnificados. Vive el asunto de una manera muy personal: el próximo julio, su primer número uno en Gran Bretaña, Living doll, pasará al dominio público. "A partir de entonces, perderé una canción cada tres meses", ha alertado. El año que viene les tocará el turno a éxitos como Apache, de los Shadows, y Shakin´ all over, de Johnny Kidd and the Pirates. Tienen las horas contadas las primeras canciones del Dúo Dinámico, como Recordándote (1959) y Quince años tiene mi amor (1960).

Y a partir del 2012, iremos entrando en territorio beatle y stone.
Los derechos de los intérpretes, ejecutantes y productores de fonogramas cubren la difusión en espacios públicos (bares, hoteles, estaciones), así como su uso en la radio, la televisión o el cine, y su edición discográfica, se distinguen de los derechos de autor en su periodo de protección. Estos últimos alcanzan los 70 años posteriores a la muerte del autor. Los primeros se limitan a esos 50 años a partir de la edición de la obra, lo cual permite que el intérprete pueda experimentar en vida el fin de la protección y del cobro de royalties. Muchos éxitos pop fueron gestados y grabados cuando su intérprete estaba en la veintena, y el aumento de la esperanza de vida hace cada vez más necesaria la ampliación, según sus defensores.
La extensión del periodo hasta los 95 años (equiparándolo a Estados Unidos) es un caballo de batalla de los intérpretes que cuenta con el apoyo de figuras como Cliff Richard, Charles Aznavour, The Who y U2, y que, últimamente, ha logrado abrirse paso en el bosque burocrático de la Unión Europea. El 24 de marzo habría una votación en el Parlamento europeo en ese sentido, tras la cual se abrirán plazos de alegaciones de los países miembros. Según algunos parlamentarios los derechos de los intérpretes deben equipararse a los autores, y su argumento es que, "a menudo, no tenemos ni idea de quién compuso una canción, pero sí sabemos el nombre del cantante o solista". Poner a un mismo nivel al autor de una canción y a su intérprete puede plantear dudas, aunque es difícil cuestionar la relevancia de determinados registros expresivos para dar vida a una composición.
Pero si las instituciones europeas se están poniendo las pilas es porque el acceso de Living doll al dominio público es solo la punta del iceberg de un problema que puede adquirir dimensiones gigantescas en los próximos años. Hasta ahora, la desprotección de canciones de hace cinco décadas afectaba a creaciones previas a la era dorada de la música grabada. A finales de los 50 y principios de los 60 se inicio la popularización del vinilo moderno, con el epé, el sencillo y el elepé, formatos de los que la música popular se valió para fabricar productos de masas.
Así, a la espera de la modificación del marco legal, en el 2012 pasará al dominio público la grabación original de Love me do, de los Beatles. En el 2013, Please please me, She loves you y I want to hold your hand, así como la primera toma de los Rolling Stones, su versión de Come on, que compuso Chuck Berry. En el 2014, caerán más piezas de los Beatles y los Stones, así como The house of rising sun (The Animals) y You really got me (The Kinks). Y en el 2015, (I can´t get no) Satisfaction (Stones) y My generation (The Who).
Toda la época dorada del pop británico perderá el derecho a generar ingresos de interpretación, y quedará desprotegida de cara a su uso en películas o publicidad (aunque en este último punto, puede haber alegaciones derivadas de los derechos morales) o la libre reedición de obras fonográficas, siempre contemplando, eso sí, los derechos de autor, gestionados en paralelo. Un panorama que aporta un nuevo motivo de depresión a las maltrechas compañías discográficas. Bruselas y Estrasburgo tienen ahora la palabra.