Un día como hoy de 1998 falleció el gran Lucio Battisti, quien realizó discos como "Lucio Battisti" (1969), "Ánima latina" (1964) y "Hegel" (1994).
Tenía la voz de un duende lunático, el pelo ensortijado como un Hendrix de los tiempos de San Remo, una guitarra en bandolera como Dylan y Donovan y todos aquellos cantautores que descubrieron el hechizo de la electricidad y quisieron morir de una descarga.
Las canciones de Battisti poseen el sortilegio de la moneda que cae dentro del juke-box en cualquier bar de un Duomo posible y, de repente, el mundo se ilumina tres minutos con I giardini di marzo, Emozioni, Il tempo di morire, Non e Francesca. Una moneda que cae en el juke-box mientras repetimos hasta la muerte: "Non sarà una"avventura/ non può essere soltanto una primavera/ questo amore non é una stella che al mattino se ne va".
Su música resplandeciente de los sesenta fue poco a poco contaminándose de escepticismo como un Beethoven de parque de atracciones, manchándose de impurezas como un fresco del Renacimiento al que el tiempo va difuminando en la pared de un templo. Música agria, resentida pero, a la postre, tan hechicera como la primera vez.
Escribió muchos temas que grabaron diversos cantantes, tanto italianos como extranjeros, tales como Mina Mazzini, Paolo Meneguzzi, Antonio Zabaleta, Gypsy Kings y Ricardo Montaner.
Con Lucio Battisti desapareció el más controvertido y genial compositor de la canción italiana.
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